1981, de Negma Coy.
La abuela limpiaba sus lágrimas
para aclarar el camino a casa
el horror que oprimía su corazón
y la desesperación que cansaba sus pies descalzos
lo gritaban hasta los pliegues de su cara tiznada
ni las espinas incrustadas en la planta de sus pies
ni la sangre de sus rodillas debilitaron su alma y su esperanza
ella buscaba a Teodoro, su hijo más pequeño.
Los soldados quemaron su casa
su vida y sus recuerdos ardían sin clemencia
la abuela platicó con el zapato manchado de sangre
le preguntó al aguacatal y a las milpas carbonizadas
lloró con el sombrero de pita que encontró en la cerca de caña
encontró dos fotos en un morral de lana y las besó.
Cuando el sol resurgió entre los árboles ahumados
Y después, de contemplar la ropa aun humeando,
miró al cielo, le reclamó al dios que los asesinos llevaban en el pecho
y decidió desnudar cada espacio del pueblo.
Abuela, gracias por encontrar vivo a mi papá.
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